lunes, 22 de junio de 2009

la historia

Estilo: Narración en primera persona: Plano Interior.


Ya pasadas las 4:00 de la madrugada decidí entrar al primer bar que encontrara abierto en la fría noche que azotaba a la ciudad. Iba firme de pensamiento, pero mi vista y mis pasos eran torpes, más que mal era un borracho más conquistando las calles de una urbe sin penas ni glorias, un borracho codeándose con perros vagos, travestís en su oficio, balizas de policías y tristes drogos de esquina. Como un errante zombi, de solera en solera.
Después de mi turbulenta búsqueda, logré encontrarme con el destino que tenía aquella noche…mi putrefacto cuerpo yacía bajo el umbral del Cesar Bar, un conocido boliche de la ciudad de Antofagasta, donde mujeres con poca ropa bailan para el tosco deleite de empresarios, taxistas, proxenetas, vendedores de cocaína y también para ebrios como yo que buscan terminar bien la noche.

Entré, y el denso ambiente me tomó como prisionero. El humo de los cigarrillos se volvió un mar con olor a fiesta, el aroma a cerveza vieja era el elegante perfume francés que se esparcía por todo el local y las luces que cambiaban de verde a rosado y de azul a rojo aumentaban el mareo personal que llevaba varias horas jugando conmigo. Me esmeré en tomar la primera mesa que encontrara como apoyo para mi etílica situación, y
-torpemente- tomé asiento. En ese momento me sentí tan bien acompañado de un placer único y de un cariño que jamás le había tenido a una silla, esto se debía a la confianza y convicción que tenía: nadie ni nada me sacaría de esa mesa las próximas 3 horas.

Prendí un cigarrillo y fui un miembro más de los futuros casos de cáncer de pulmón en Chile. Llamé a cualquier mesera, no me importaba como fuera, si era sexy, gorda, chica, fea, peluda, o lesbiana, me daba igual, lo que yo andaba buscando era un poco de refugio y un par de copetes. La mesera llegó a tomarme el pedido, era una muchacha que debió haber bordeado los 19 años de edad, lo noté por el tamaño de sus senos, por como manejaba la situación con una mezcla entre coqueteo y profesionalismo, y por como su sensual cadena de oro colgaba libidinosamente de su casi perfecto cuello. Le pedí dos cervezas, una destapada y la otra no – esto era para que una de las dos cervezas no perdiera el gas. No tardó mucho en volver con las dos botellas. Sus ojos buscaban demostrarme que el Cesar Bar no era solamente un bar de bailarinas exóticas, si no que también podía llegar a ser un lugar donde atendían de buena forma a las tertulias integradas por hombres de raza beoda, la mísma que yo llevaba esa noche.

La primera botella me miraba con temor, pues ya la había devastado casi completa. Y la vista ya era un dúo de todo, de bailarinas, de meseras, de dedos y de ceniceros también, porque claramente el sabor y la necesidad de la cerveza también buscan victimas. Sin pensar en aumentar los casos de cáncer pulmonar, encendí otro cigarrillo y mis ojos hinchados por el efecto de la cebada fermentada era el argumento más verídico de que el licor viajaba por mis juveniles venas.

El show al parecer se ponía interesante, debí captarlo así por los gritos que escuche cuando mi cabeza sin ninguna razón miraba interesada los cordones de mis viejos zapatos. Los gritos provenían de la mesa que estaba unos metros más allá, donde un par de soldados adolescentes buscaban un lugar dondegastar su primer sueldo pagado por la prestigiosa institución que es el Ejercito de Chile o quizás solo buscaban embriagarse y olvidar las patadas propinadas por su queridísimo coronel.

Como en picada, a lo lejos, logré distinguir a un par de chicas que se besaban acaloradamente como si tuvieran la más segura convicción de que el mundo ya vive un apocalipsis. Se besaban, importándoles un rábano la opinión eclesiástica y conservadora que pudieran tener algunos, (pero esos “algunos” no son de ir a antros como en donde tenia mis nalgas acomodadas), sus manos angelicales se paseaban felices entre sus senos y cuando dejaban de hacer todos los tramites eróticos que un beso acalorado trae consigo, brindaban, en ese momento creí que por los buenos tiempos que se les aproximaban como pareja.

Ya con la segunda cerveza destapada comienzo a darme cuenta que la fiesta no ve su hora de término, que los narcotraficantes ahora son manada en los baños y que el humo ya terminó por reemplazar al aire limpio.

De pronto aparecen tres mujeres mas desnudas que nunca y comienzan a hacer lo que parecieran ser la sorpresa estelar de la noche, un topless del infierno, puesto que escalaban desprovistas de ropas unos pilares de unos 3 metros y ya en la punta de estos, volteaban, dejando su cabeza hacia abajo, haciendo y gritando a los espectadores proposiciones de índole sexual y sadomasoquista; tal vez no es un acto muy descomunal, pero para una cabeza asediada hace ya varias horas por el alcohol, resulta ser un acto increíble, mágico y deslumbrante.

La cerveza se iba vaciando lentamente mientras yo ya me consideraba parte del extasiado público. Al momento de recordar que estaba bebiendo desde una botella, la busco en la mesa y la veo moribunda y vacía en su máximo esplendor. Levanto la cabeza y el ataque que recibo es el olvido de todo lo que fue el baile… no recordaba si las bailarinas habían sido tres o cuatro, quizás fue una o dos, pero que importaba, el local ya estaba cerrando y era hora de irse, porque mañana sería un día largo de buen hombre, de buen padre y de buen esposo.

Desperté, y el viaje desde el Cesar Bar a mi casa fue una partícula de tiempo olvidada. Solo recuerdo que despertarte desnudo, con una resaca de los mil demonios y alado de mi esposa. Me levanté, oriné, me lavé los dientes y bajé a cocinar unos ricos panqueques para remediar todos los malos actos que quizás sin intención provoqué en mi llegada a casa.

Intenté ocultar mi brutal resaca y regalar una bonita sonrisa hedionda a fiesta, mujeres y a cigarrillos.

1 comentario:

box_of_tears dijo...

las tertulias son peligrosas en especial en las noches! xD! jajjaaja
=)