sábado, 15 de agosto de 2009

noche

Como si fuera una roca frente al mar, el recuerdo de la romantica vendimia se hace presente en los emiferios que comandan la memoria dentro de mi cerebro.
Aquella excusa... los adjetivos tiernos y algodoneros, esos que lleve a ti cuando la luz de las ampolletas eran como el agua clara. Un beso. Dos, hasta cuatro talvéz, todo depende del primer desempeño o si aquellas lenguas entrelazadas sienten la adiccion de permanecer así, tal como el momento quizo: fundidas la una con la otra.

Roce pieles morenas, la sensacion de la coalicion entre pigmentos cutáneos, pigmentos nortinos y alejados.

Saber que cada milimetro de aquel manjar exótico es tuyo y gatea en tu plato, o engañarte y pensar que ilución/ambicion comandan un bote en un mar turbulento y lleno de brizas.

Una noche para dos a la espalda de retractores, poco tiempo para concretar líbidos poco entendidos.

Mi poesía, tonta, ignorante y poco artistíca, caía a borbotones sobre tu cabeza, empapandola, como si fuera ella y la última lluvia del sur de Chile. Poesía sensata. Poesía que a ratos, no encontraba la salida por mi boca, puesto que esta buscaba más que palabras. Boca hedonista y sincera.

¡Que espectáculo de palabras pintadas rojo sangre, esparcidas como ranas en un mundo bañado en exitante vino barato!

¡Que bailen los pasillos!, ¡que bailen una y otravez!, y que salgan a reclamar lo que es suyo. Al igual como lo haría yo, si no supiera de los pasados. (El pasado, que bella palabra en una mañana de sol, que complementaria palabra para tomar un baso de agua y mirarse al espejo).

Que baile aquél pasillo divorciado de la luz artificial, donde mi mano dio a luz a los ojos mas grandes que haya conocido una noche fria como esa. Aparte de ojos, poseían una caja de corazones bombeandose al cien porciento, un mar de labios enagenados y un par de penes listos para llevar las ideas a lo concreto...


Hay fue cuando supe que mis besos eran como la tierra.


Que caiga el reloj.