Que los veranos no pasen.
Que el sabor de la hierba quemada aún habite tímidamente en mi boca.
Que el alegre gusto de las cervezas frías, deje de bailar lejanas danzas entre el recuerdo de la espuma y la ebriedad.
Que no se marchen las noches tibias, giratorias, raras… las etílicas risas y los ruborizados ojos del sonámbulo verde.
Que vivan las manos concentradas, esas que jubilosas envolvían al último suspiro de planta sativa, aquellas que se concentrában entre amigos y tardes calmadas. Que vivan las sonrisas ensambladas con el llanto, las discusiones escépticas como de filósofos modernos; que viva el vino menstruado del sagrado útero del Señor Jesús.
Que los veranos no pasen.
Que los inviernos pasen
Que la tristeza pase.
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