viernes, 30 de octubre de 2009

jugo

Al momento de entrar en esa sala fría como hospital, logré divisar la cama definitiva de la abuela, curiosamente la gente se aglomeraba alrededor de ella, algunos lloraban y otros observaban por una ventanita empañada, la cara dormida, blanca como leche que se heló sobre la mesa. Como Ser que aun no crece lo suficiente, recurrí a mis instintos de bebé e imité a los espectadores del estático rostro, me asomé con un poco de recelo, puse mis manos sobre las maderas de la nueva cama y con un impulso hacia adelante, logré ver la poca sonrisa de la cara sofocada, que naturalmente, debería sentir el calor que se siente cuando se está en un espacio reducido, pero no, esta permanecía inmóvil, como si fuera un lugar comodo, un lugar en el mundo donde se siente bien , cómoda y confortable. No me equivocaba, era blanca, tan blanca que desesperaba, hacia recordar el rubor de las mejillas y el sabor de tortas por la tarde, acompañada del más noble té de hojas bañadas en agua caliente, punzante si no se sabe llevar. Los ojos cerrados por completo con persianas apaciguadas,que de tanto relajo, tomaban un tinte morado, que quizás debió ser por las venas que aún creían poder cumplir la función vitalicia. Y desde la nariz, bajaba un líquido misterioso, parecido al que traen los duraznos en conserva, bajaba lento, sin prisas, porque en aquel cuarto de madera no se necesita prisa, lo único necesario es simplemente estar para el deleite de los demás, para los ojos de los demás, para las lágrimas y el olor a café de los demás; bajaba el líquido con ansias de nunca llegar al fondo, y con pena, patinar entre las arrugas, entre las grietas que dejan los tiempos difíciles. Jamás supe que era aquel líquido misterioso, que caía lastimero. Le preguntaba al encafeinado público presente que era el liquido que salía por la nariz de la abuela, pero entre poca importancia y pena, uno me respondió que era “agüita” que le salía a los muertos cuando no orinan hace mucho tiempo, que era la forma que tenia un cuerpo -que netamente es cuerpo- para eliminar las impurezas que expulsa la orina todos los días en el inodoro.

jueves, 29 de octubre de 2009

Peñasco

Soy el peñasco que se intromente en el vuelo de las polillas bohemias. Soy una roca, una roca con pasto y flores lilas, con gacelas cíclopes, gorilas de bolsillo y amapolas con el tamaño de edificios Newyorkinos. En la espalda tengo pinos, araucarias y palmeras, todas gigantes, como tambíen los frutos que le proveen a la singular fauna que pisotea firme, sin preocuparse. A ratos soy una isla de caracter amable, enemiga de los tornados y los huracanes, las miles de plantas que llevo conmigo son el templo que cobiga la paz y la armonía en un mar turbulento. Pero aveces soy una montaña, humectada por la humedad de la mañana, en mi los pájaros silvan melodias de Bag y Violeta Parra, al parecer no conocen el aburrimiento y estan horas y horas, mañanas y mañanas tarareando ritmos tan diversos como una sopa de verduras.

El peñasco saluda desde lejos a sus amigos peñascos, sus cascadas a ratos juegan con el agua cristalina provenientes del llanto de nuves temperamentales. Las cascadas me refrescan como toallitas húmedas repartidas a los pasajeros de un avion con destino a Honduras... y mis lagos, manzos al igual que una canasta de pan en una casa de madera. Las polillas sobrevuelan mis brazos y mis piernas, a ratos les gusta tocar sueño firme, hacer sus necesidades biológicas de polillas sobre mi cabeza y seguir su viaje alrrededor de mi cuerpo, para que cuando el sol nasca, nuevamente como un cachorro de león, puedan dormir plácidas, casi como princesas medievales estereotipadas.

Los vientos sacuden el pasto de mi cabeza, y como peñasco, tengo que vermelas con olas malcriadas por el antisemita de Poseidon, un eterno adicto al trueque de algas preciosas por sirenas con labios mordidos y moribundos. En mis oidos, las cavernas del peñasco, habitan los murcielagos, intrepidos chupadores de sangre de uva, no es que prefieran el vegetarianismo, simplemente le gusta ese encontrón entre la razón y poca moralidad.

Las polillas prefieren peñascos civilizados, con arboles de concreto y gacelas con ruedas, y es por eso que se van, se van tan lejos que se queman con el sol que ya no es un cachorro, si no, un animal maduro y con carácter.

calor

Divagando en un torbellino, compartiendo corrientes eólicas con ventanas y con tierra triste, aquel adorno pauperrimo en el suelo caliente que tapiza el camino a casa. Los buitres lugareños, desde la altura identifican a futuros festines: los que besan apasionadamente, los que lloran, los que rezan, los que rien, los que follan, todos son cadaveres en potencia, el pellet de gusanos amarillos...



(Riendonos del tiempo, el inseparable compañero de los alcones debido a su cualidad de volar rapido para cazar y divertirse)


Ocupemos el siguiente sillón, ese... ¿recuerdas?, ese de fabricacion china que compramos cuando felices, posemos nuestras nalgas en el y seamos espectadores del delirio del derretimiento mundial. Toma mis manos, si mis flacas manos, aquellas que tanta piel de elefante traían, tómalas y llevala hasta la sima de la mesa que esconde el vino y la cerveza, y si estan heladas, no te sorprendas, porque fui victima de un tiempo alcon, que por observarlo y mofarme de su agilidad, terminé besando cruzes en un cementerio chino.

(las rocas)


La ciudad de los lobos marinos está proxima a mi casa, y en las tardes de agua tibia, a sus habitantes les da por gritar al viento el nombre de sus deudos. Gritan fuerte sus nombres (monosílabos casi siempre), para ellos el cielo debe caer y con sus languidas lenguas de come pescado, enredarlo hasta estrujarlo por completo. Por consiguiente, no habrá cielo y las gaviotas dormiran bajo nuestros techos, emigraran de casa en casa según las estaciones que dicte el retrete. Gaviotas tristes y de alas rotas, sus flemas primaverales inundaran mi taza especialemnte designada para el cafe, aquella que observo para sentirme seguro de mi mismo, y de que sus nidos no caeran desde una palmera caribeña hacia un cama virgen.

viernes, 23 de octubre de 2009

ciudad

En lo alto, las palomas de la plaza persiguen al aire puro, y en severa compañía de los buitres, divisan lo que podría ser la última civilización que amase este trozo de tierra en el alejado rincón de basto océano pacífico. Las nubes grises, emergentes de sucios tubos metálicos, son el oxigeno que se pasea en el boulevard pulmonar, y estas mismas nubes, son las que acogen el vuelo de las aves sigilosas, que sin hacerse esperar, vuelan lejos, clamando el blanco infantil de las nubes y el azul de un cielo marchitado.

Camino a los cerros, los vestigios del descuido van rodando calles abajo, tomados de la mano con el escape suspicaz de las ratas, las cuales como inquilinas o verdaderas habitantes buscan la mejor sobra del plato ajeno, el mejor corazón de manzana o el más sabroso trozo de carne podrida. Los perros se mantienen alegres y con la nariz seca. Desde cachorros viven en esta ensalada de olvido material, saltando sobre la vieja muñeca Barbie, sobre el monumental vestido de novia olvidada o en la perfecta colección de boleros de algún abuelo enterrado.

Las mujeres, imperecederas ante la grotesca tecnología oriental, arrugan sus manos lavando la poca ropa de sus hijos y mirando al cielo, buscando algún dedo de la mano de su divinidad, las madres suspiran al verse en aquel sentimentalismo maternal, ese que tanta veces aparece en sus ancianos televisores esos que aún sortean antena, el cual les va diciendo que la felicidad radica tras las imponentes vitrinas, coludidas con caprichosos precios, solamente al alcance de bolsillos obesos y malcriados.

En estos cerros no hay tiempo para vacilar frente a un plato, se debe sumergir la cuchara, tragar y agradecer que haya algo para entretener a los intestinos. El humo que emerge de la sopa y del tosco plato de porotos, se mezcla con la ebullición de los placeres. Placeres y demonios viviendo dentro de un envase rústico, un papel tan blanco como el feto que lo preña; el momento del parto de este feto es homogéneo con el latir de un corazón apagado, las manos negras producto del trajín de un día turbulento y desahuciado toman con la mas grande de las delicadezas al rústico envase abierto, que al sol, muestra la sarta de serpientes que resultó ser el feto, el cual es cargado culpablemente en la antena de algún auto descuidado. La antena hace juego con la boca. Encendiendo y aspirado al cúmulo de reptiles, se logra que estas bajen por entre los músculos, los nervios y los huesos, petrificándolos, convirtiendo a la víctima en un serpiente más, decidida a observar por el resto del día, un muralla ploma y saboreando aquel caramelo que dura lo que existe el aire dentro de un canasto.

Las palomas jamás volverán, no le temen al tiempo y pueden esperar, sus alas negras no saben compartir con los infiernos, y es por esto, que se mantendrán alejadas del poco alentador color de las nubes que pueblan al cielo aún marchito.

viernes, 16 de octubre de 2009

que grato es compartir el aire en una ensalada de colores

domingo, 11 de octubre de 2009

A Herrera

Con cucharas de té comienzo a beberme la sopa de petróleo que me preparé una tarde en las antiguas casas de Iquique.

La saboreo, no me gusta y me inscribo con otra cucharada.

ya por la mitad, intento cambiarla por un plato de videos con salsa con mucho queso rallado.

lo intento, pero prefiero la sopa.

Concluyo...

me voy a ir a vivir dentro de la sopa antes que se termine. Buscaré una casa que quepa en el fondo de un plato, una mascota que me acompañe y un quitasol para cubrirme de las cucharadas que quieran sacar. Alojo dentro del petróleo porque el simple plato, con el paso del tiempo se conviertió único universo que me animé a conocer, las olas negras que se formaban conforme movía la cuchara se convirtieron e mi entretención, el olor y el sabor de esta sopa pasó a mi cuerpo.

socie

todos los dias aparecen grices en el espacio, a las caras les parece ir bien. les agrada el color, sienten que nada puede ser mejor y organizan tertulias encima de este color denso y salpicado. Nunca nadie se queja, no encuentran la razón del porque lo deberían hacer. Viajan, viajan mucho, recogiendo lechugas podridas, zanahorias putrefactas y tomates muertos. La vida para ellos es fácil, aquellos frutos desabridos son la alfombra de las carreteras, l osaben bien, así que sus viajes, sus eternos viajes, son eternos círculos que erocionan el asfalto producto de los giros.

Las casas nunca cambian sus fachadas, ni los ciudadanos sus caras, estas son a imagen y semejanza de la estatua que los proteje, para ellos, la máxima ecuacion resuelta de la raza humana, el alimento de todos sus dias, su vestimenta y su calsado, son seres perdidos en la inmensidad de los trajes de la estátua.

Los singos son su idioma y el tiempo su aliado. Suben al mismo taxi que el reloj y conquistan las carreteras, olvidandose de los peajes y los animales que se cruzan. Están en lo suyo y solo buscan llegar hasta el final, teniendo la clara idea de que el final jamás los esperará. Pero son tercos, tercos como las maderas viejas.

A

construllendo edificios en terrenos débiles,
en griteríos, chapusones y en alergias primaverales,
acompáñame,
agarra firme mis dedos y sumerjamosnos en la saliva de la gaviota,
en el plato del pescador, en la briza antecesora a la noche...

acariciemos a los perros del parque,
fumemos hierba y riamonos de la morfología de las nubes.
Comenzamos a ser profesionales de la vida en las tardes,
profesionales dentro de la poca luz, dentro del humo denzo que ambos somos partícipes.

Bañame con tus cabellos nunca engreidos y logra disfrazar los finales
con tortas horneadas en hornos de barro, con vibraciones sabor a golocinas de piña y con ojos rojos poco visibles, nadie perdonaría el deceso de un sol tan radiante.

Dibujemos y pintemos las paredes del a gran muralla china,
bailemos en la guitarra de Gardel y nademos en las lágrimas de Sor Tereza de Carcuta.
Somos dos, somos cien, somos quinientas las personas que participan del baile,
los acordes jamás darian marcha atráz, por el contrario, pisarian fuerte, muy fuerte, tan fuerte que tembaría la primavera y sus ramas, volverían como sicarios gratuitos, dispuestos a obtener sangre y colores frescos.

agarra mis dedos, toma mis orejas y utilizame como una tetera con agua caliente,
riega los jardines, rellena la taza y bebe el té tibio, que en la otra esquina, está el maldito personaje de los cuentos urbanos.